Chema Rodriguez
Hola, me llamo Chema Rodríguez… soy un señor calvo con dos orejas a los lados. Nací en Sevilla y desde muy temprana edad demostré un escaso talento para los estudios. Lo más relevante que saqué de la escuela fue que mi madre se enamoró de un cura de mi colegio. El Padre Justo era mi profesor de matemáticas y entrenador del equipo de fútbol. Pronto entendí por qué yo era el capitán del equipo.
Cuando tenía 13 años, mi madre se divorció de mi padre y el Padre Justo, mi hermano pequeño, mi madre y yo nos fuimos a vivir a Madrid ¿Qué coño hacía yo en Madrid? La ciudad me parecía horrible, mi vida me parecía horrible. Me refugié en los libros y en los Atlas. Yo tenía uno enorme que se llamaba “Atlas Times of the world” que desplegaba sobre el suelo. Buscaba espacios vacíos a los que huir y cuando encontraba uno que me parecía especialmente tentador, ponía mi dedo sobre él y decía: “Cuando sea mayor, iré allí”. Y me hice mayor con 19 años. Vendiendo cacerolas conseguí el dinero para pagarme un billete de avión al Amazonas. Me apasionaba el ser humano, quería saber como somos, y pensaba que yendo a los lugares más recónditos, dónde vivían los hombres más primitivos encontraría respuestas. Viví en la selva con los Matsé, una tribu de la amazonia peruana. No encontré las respuestas, pero aquel viaje me cambió la vida. Volví siendo otro y descubrí mi vocación: viajar y contar historias. Al del Amazonas le siguieron otros muchos viajes. Durante los veranos trabajaba de guía turístico y el invierno lo pasaba recorriendo el mundo. Entonces, apareció Clarita y el mundo se paró. Tener una hija sordo ciega con 24 años parecía el fin, pero en realidad no era más que el principio. Clara me permitió reformular las preguntas, me enseñó y me enseña todo lo que realmente importa. Además, venía con una tarjeta de discapacitada, y eso facilita mucho el aparcamiento en una ciudad como Madrid.
Con 29 años me fui a dar la vuelta al mundo y publiqué mi primer libro, “El Diente de la Ballena”. Y volvió a cambiarme la vida. Me ofrecieron dirigir una serie documental basada en algunos de los relatos del libro y estuve cuatro años rodando en África. Esa fue mi escuela de cine. Con lo que aprendí y el dinero que me prestaron unos amigos, rodé mi primera película, “Estrellas de la Línea”, que ganó un Premio del Público en el Festival de Berlín y me abrió las puertas al mundo del cine. A mis amigos les he ido pagando… con amor, jejeje. Poco después llegó Iñaki, que es un mini yo con más pelo. Publiqué más libros e hice más películas, he seguido experimentando lo suficiente como para saber que nadie nos espera en ningún sitio, pero que disfrutar el camino hacia ninguna parte es eso a lo que llaman éxito, he aprendido a vivir y a rodar de forma austera y con alegría. Ahora vivo por temporadas en una caravana cerca del mar y desde aquí continúo aprendiendo y viajo al resto del mundo para seguir soñando películas y viajes, para seguir poniendo mi dedo sobre el mapa y poder decir: “cuando sea mayor, iré allí”.